HISTORIA CALLE SAN AGUSTÍN
Recibe su nombre del convento agustino, pero ha tenido otros. Fue la calle que va
a la laguna, calle de Sancto Espiritus en los primeros años del siglo XVI y más
tarde, como las de la Carrera, Herradores y del Agua, calle Real. Empedrada en 1542
se la llamó también de los mercaderes y, ocasionalmente, calle de los Escaños o
de Ascanio. Desde el siglo XVII se mantiene el actual. La Diputación Provincial
cedió el convento en 1822, a raíz de la exclaustración, para que se instalase en
él la Universidad de San Fernando
primero y el Instituto de Segunda Enseñanza de
Canarias después.
Junto a éste, todo un conjunto de edificios notables remite no sólo a las funciones
de la calle sino a la propia historia del Archipiélago. La fisonomía que da a la
calle su función religiosa se refuerza con la Iglesia y Hospital de Nuestra Señora
de los Dolores. Fundado en 1515 pasó en el siglo XX a la Diputación Provincial,
siendo ahora propiedad del Cabildo de Tenerife. Los jesuitas también se establecieron
en un edificio de la calle en 1737. Expulsados en 1767 la casa sirvió de sede a
la Real Sociedad Económica en 1778 y de la Universidad
entre 1817 y 1821. Y el obispado
ocupa el antiguo palacio del conde del Valle Salazar, comprado para tal fin, en
1888, por el obispo Román Torrijos.
Zona además de fértil apta para los cultivos de secano, los campos del altiplano
de La Laguna fueron una de las principales áreas de cultivo de cereales, convirtiéndose
enseguida en uno de los graneros de las Islas. El trigo, en cuanto objeto de transacciones
y elemento de cambio, dio lugar a un activo comercio. La calle de San Agustín fue
asiento de mercaderes de productos agrarios, los graneros de cuyas casas caracterizan
su fisonomía. Aunque los hubo de mayor capacidad en otras partes de la ciudad, la
concentración de graneles en las casas de esta arteria es significativa de la procedencia
de las rentas de sus dueños. En la ciudad tradicional, las casas-granero
eran consecuencia
de la prohibición del Cabildo de construir en las tierras cultivables y dehesas.
Por ello el granero se incorpora a todos los tipos de casas, bien como pieza en
la edificación original, bien como planta recrecida con posterioridad. Unas veces
estos graneros se muestran en la fachada a la calle y, en otras, a las fachadas
traseras.
Las casas altas o casas sobradadas y las casas armeras tienen en la calle de San
Agustín una amplia representación. Son casas de dueños de tierras que pueden ejercer
otra actividad. Se las encuentra en todas las calles del centro de la ciudad, a
diferencia de las casas terreras, que se localizan en los márgenes del centro histórico o en los transversales de las calles principales. En las etapas iniciales de la
formación del plano fueron habitación de artesanos, menestrales y pequeños propietarios
de tierras y ganado. Casa alta es también la casa
comercial que añade una entreplanta
destinada al comercio o al ejercicio de ciertas actividades como la de escribano
o cirujano. En algunos casos pueden tener tres plantas, dedicándose la segunda a
oficinas o almacén.
De los conquistadores y nobles son las casas armeras, edificadas sobre grandes solares
y frecuentemente con fachada a dos calles, blasonada la de la vía principal. La
actividad de sus moradores, grandes propietarios de tierras, obtenidas mediante
data del Adelantado, su participación en la vida pública y su relación con el comercio
dieron lugar a transformaciones de las plantas y alzados originales de estas casas
para adaptarlas a tales funciones, incorporando, por ejemplo, el granero.
Con el tiempo, la calle de San Agustín, al paso que se debilita el antiguo régimen
económico, sustituye su función mercantil por la de carácter administrativo, y mantiene
la residencial. En la actualidad no hay en ella más que varios comercios de barrio
y consumo diario; las demás son de venta ocasional, en el tramo hacia poniente,
hasta donde se ha prolongado el comercio del centro de la ciudad. En su conjunto,
el caserío permanece fiel a las formas y estilos tadicionales. La mayor parte de
los cambios que tienen lugar en el siglo XIX, sobre todo a partir de 1880, lo son
en las fachadas, sin que modifiquen la distribución interna de las casas. Es la
época en que se difunde el hierro fundido, que se aplica a barandas, balaustres
y verjas; en que aparecen los miradores acristalados que arman sobre estructuras
metálicas y sustituyen a los de madera; en que las ventanas de guillotina sustituyen
a las de hojas; se levantan asimismo antepechos que ocultan los tejados y dan a
las casas el aspecto de tener cubierta plana ... Reformas exteriores como la de
la propia casa Román.
El perfil longitudinal de la calle ha permanecido inalterado, lo que no puede decirse
de las parcelas; la forma y tamaño de los actuales solares, en especial las medidas
de sus frentes, sugieren en algunos casos reorganizaciones parcelarias por segregación.
Extremo, no obstante, de difícil comprobación documental.